Vacaciones de enero ( 1ª parte )
Avisé que me iría al Líbano de vacaciones y así fue. Aunque no empezó como debería haberlo hecho, reconozco que en mi interior ya me temía lo peor; ya me llevé una bronca por decir cómo me sentía respecto a las horas de viaje. Mejor empiezo a contar.
El día 2 de enero me iba a ir a Madrid con mi chache en su coche, pero la tarde anterior, cuando tenía que preparar mi maleta me dio un ataque de ansiedad y pánico y decidí retrasarlo hasta el día 4. La bomba en el aparcamiento de la T4 y el ya conocido miedo a los aviones que tengo desde hace un par de años debieron ser los detonadores de mi ataque de ansiedad; y si tenemos en cuenta que tenía un presentimiento de que algo no iba a salir bien...
Decidí coger un autobús para ir a Madrid, y no, no conducía yo, que aún tengo la restricción de los 50 kms, pero prometo que me dieron ganas de quitar al conductor del volante y sentarme yo: mi querido "amigo" conductor iba bajando las curvas de Piqueras con una mano al volante y la otra en el móvil mientras yo estaba muriéndome por el mareo en el primer asiento; creo que es el viaje en el que más veces me he mareado, tenía el estómago totalmente revuelto a pesar de estar en ayunas.
Sin más novedades que todo el viaje malita, llegué a Madrid y me puse en contacto con mi padre para comer con él; para mala suerte mía, estaba ocupado en el trabajo y tendría que ir yo sola hasta donde trabaja mi hermana, lo que significa metro y bus durante un buen rato. Siendo mediodía, el metro estaba casi como en esos vídeos que se ven de japoneses siendo empujados dentro del vagón por unos señores enguantados y, para no variar, en mi parada se bajó mucha gente, con lo que yo agobiada con mi maleta y mochila a cuestas, tuve que abrirme paso como buenamente pude.
Yo feliz, esperando el autobús que me dejaría en la puerta de la cafetería, descubrí que ahora en Madrid, si mandas un mensajito diciendo en qué parada estás ( hay un bonito cartel que te lo indica ) te responden avisándote del tiempo que falta para que pasen por ahí los autobuses que corresponden. Me dio tiempo de leer muchos más carteles durante la más de media hora que estuve esperando un autobús que se supone que pasa cada 10 minutos...
Y finalmente, cuando llegó el autobús, con mi maletita de ruedas me acerqué a él como he hecho en decenas de ocasiones y el conductor me dijo que no podía subirme con la maleta; yo le contesté que entonces cómo podía ir a mi casa y me respondió que si no tenía metro hasta allí... Cabe destacar que en la dirección en la que estaba cogiendo el bus y en el recorrido que el mismo hace, no había ninguna otra parada de metro, así que ni corta ni perezosa le pregunté si él sabía si en el barrio al que me dirigía había metro sin recibir más respuesta que un encogimiento de hombros y una invitación a bajarme del vehículo. Me quedé a cuadros, y sé que tenía que haberle contestado algo, pero estaba tan cansada que me bajé sin rechistar ( qué cobarde que soy... ).
La suerte me acompañó y mi padre me había llamado para decirme que ya había terminado y podría recogerme si el autobús no llegaba, de modo que le llamé y después me tocó esperar otro ratito más. Pero la verdad sea dicha, acababa de tener la primera señal de que el viaje no iba a ir bien y prefería ver a mi padre cuanto antes ya que me estaba dando otro ataque de ansiedad. A la hora que me dijo, apareció donde habíamos quedado con su reluciente caballo dorado ( su nuevo coche, estaba buscando el modelo pero creo que tampoco haré publicidad de ellos :P ) para recogerme e ir juntos a comer con mi hermana.
Por hoy lo dejo, aún hay mucho que contar y teniendo que madrugar mañana ( a las 5:30 en pie ) pues no es momento de seguir aquí.
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