sábado, 14 de mayo de 2011

Y apareces en mis sueños...



¿Cuántos años hace que nos conocemos? ¿Cuántos años hace que rocé tus labios por primera vez? ¿Cuánto tiempo hace que tus brazos me estrecharon y pude escuchar el latido de tu corazón por última vez? Ya no me acuerdo. Ni siquiera recuerdo tu perfume, ése que me persiguió durante tanto tiempo y que me hacía girarme en medio de la calle para buscarte (como si la posibilidad de que pisases las mismas calles que yo existiese...)

Pero hay algo que no se borra de mi mente ni unos segundos por mucho que me esfuerce, ¿cómo pudiste pedirme eso? Admitiste tu egoísmo, te disculpaste tantas veces que las palabras perdieron su sentido para los dos, te dolieron mis lágrimas, pero aún así no has retirado tu petición.

Unos días antes de eso estuve intentando animarte, contándote todas las cosas que me hacían sentir mejor cuando te tenía lejos, cosas tan sencillas como sentir el calor del sol sobre mi piel. Estábamos preparando una cita, organizando el viaje para ir en coche o en autobús, ajustando los tiempos al máximo, haciendo lo posible para estar contigo y animarte en persona. Porque ni siquiera me habías dicho que estabas mal y cuando lo hiciste sólo quería abrazarte y apoyarte.

Y tú me clavaste ese puñal justo antes de empezar mi turno de trabajo. Menuda tarde pasé... No sabía que una frase tan sencilla pudiese doler tanto, pero mis ojos húmedos y la presión del pecho me demostraron que era posible. Lo cierto es que la presión no ha desaparecido y la otra noche soñé contigo para rematar.


Ha sonado el timbre de casa, estoy esperando a una amiga. Aunque nunca lo hago, decido asomarme a la ventana en lugar de contestar el telefonillo. Fuera el día está gris y llueve suavemente. Veo dos figuras en el portal, mi amiga haciéndome gestos y un cuerpo masculino que hace que mi corazón empiece a latir a mil.
-¿Eres tú? - Mi voz suena débil.
Mantengo la respiración mientras veo cómo te pegas de cara a la pared, como si huyeras de mí, supongo que no sabías dónde te llevaba mi amiga, pero al menos no das ningún paso para alejarte de aquí. Comienzas a moverte y mi corazón se para, pero me sorprendes pidiéndome que te abra la puerta. Por fin te has rendido y me aceptas en tu vida.
Cuando entras por la puerta, con un jersey color crema empapado, no tenemos palabras, sólo nos miramos a la cara. Me acerco a ti despacio para ayudarte a quitarte el jersey y me estrechas entre tus brazos. Los echo tanto de menos que no puedo más que pegarme a ti escondiendo la cabeza contra tu cuerpo. Después de unos minutos así, tus manos me levantan la cara para mirarme a los ojos. Te tengo aquí delante y todavía no he conseguido articular palabra, tampoco necesito decir nada. Y finalmente todo el dolor se va cuando tus labios rozan los míos con dulzura.



Dicen que soñamos lo que anhelamos. Y la verdad es que eso produce más dolor sobre el dolor que ya se siente. Ni siquiera puedo contarte todo esto, porque fui tan espabilada de pedirte tiempo después de que me rechazases, cuando en realidad tenía que haberte mandado a la mierda. ¿Cuánto tiempo es el suficiente para poder volver a hablar? ¿Realmente quiero hacerlo? Te dije que no podía odiarte, pero cada día tengo menos sentimientos buenos y ahora mismo no sería capaz de afirmar que no te odio, pero tampoco que no te quiero; la línea entre el amor y el odio es muy delgada, demasiado en realidad.

No hay comentarios: